Según el compendio de la doctrina social de la Iglesia, una auténtica democracia no es solo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre y la mujer, la asunción del bien común como fin y criterio regulador de la vida política. Si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y se compromete su estabilidad. Ya el papa, san Juan Pablo II, en su encíclica Centesimus annus decía: “La Iglesia aprecia y estima la democracia en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las soluciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que por intereses particulares o por motivos ideológicos usurpan el poder del Estado. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas mediante la educación y la formación de los verdaderos ideales, así como de la subjetividad de la sociedad, mediante la creación de estructuras de participación y corresponsabilidad”. Según los entendidos en la materia, un sistema electoral es el conjunto de principios, normas, reglas, procedimientos técnicos enlazados entre sí y legalmente establecidos, por medio de los cuales los electores expresan su voluntad política en votos que, a su vez, se convierten en escaños o poder público. Teniendo en cuenta lo anterior, para mí es evidente que el sistema electoral, en cuanto a primer peldaño de la democracia, tiene como objetivo fundamental, garantizar que el elector pueda ejercer su derecho de ver con conciencia y con confianza; conciencia, porque conoce y entiende las propuestas de los candidatos; confianza, porque sabe que su voto será cabalmente escrutado. Pero para que se den esa conciencia y esa confianza es necesario que el sistema electoral vele y garantice con medidas eficaces y eficientes el antes, el en y el después de la votación. Creo que nuestro sistema electoral panameño ha logrado garantizar el en y el después, pero a razón de lo visto en el pasado torneo electoral, todavía estamos muy lejos de garantizar el antes. Para todos es claro que el antes, para no andarnos con eufemismos, no es otra cosa que la campaña electoral. Y a mi modo de ver, ese debe ser el objetivo primordial de las reformas electorales que abordará la Comisión que va a ser instalada hoy. No podemos seguir con campañas en las que parece que no hay límites ni topes, especialmente en el ámbito económico y que por lo tanto, la hace ya una contienda desigual. No podemos seguir con el uso descarado de los recursos del Estado, con el ítem de que los implicados, convictos y condenados puedan seguir optando a una segunda oportunidad, como si el engaño, la falsedad, la usurpación no significaran nada y obtuvieran premio. No podemos seguir sin una real fiscalización de los fondos entregados por particulares y por el Estado a los partidos políticos. Ni podemos, para no hacer una lista interminable, que la interpretación de la ley electoral salga de ese ámbito electoral para caer en manos de los políticos. Creo que no es mucho pedir que todos los que integran la Comisión, piensen y actúen con desapego de sus intereses partidistas o gremiales o institucionales y regalen al pueblo panameño una ley electoral que no permita el bochornoso espectáculo que aún estamos viviendo sin poder dar por finalizado el torneo electoral del pasado 4 de mayo. Y ojalá los honorables diputados y los demás gobernantes asuman los consensos alcanzados en la Comisión. Pido a Dios que derrame sobre todos ustedes, comisionados y comisionadas, su espíritu de sabiduría entendimiento y consejo para que, guiados por Él, puedan hacer un buen discernimiento en aras de la democracia panameña. Amén. Panamá, 8 de enero de 2015