Amigas y amigos. Tengo, desde siempre, limitantes insuperables para la música y la poesía. Bien está que otros se ocupen de esas tareas. De mi parte, me limitaré a unas consideraciones elementales en torno a las fiestas patrias, algo disminuidas por la obsesión mercantilista que predomina en los fines de año en Panamá, y algunos otros temas de importancia. Han pasado más de 110 años desde el primer 3 de Noviembre de 1903. Con un bizantinismo anémico, hay quienes discuten si se trata de independencia o separación; de manera que podría el Acta de Independencia convertirse en un acta de separación. Ya Ricardo Alfaro lo dijo, una vez por todas: ¡Se trata de una independencia, y punto! Sostengo, sin dogmatizar, que lo ocurrido entonces fue resultado de tres factores fundamentales. El genuino y justo sentimiento independentista de la mayoría de los istmeños, manifestado en variadas y memorables ocasiones. El rechazo del tratado Herrán-Hay por parte del congreso colombiano.Y la impetuosa política expansionista norteamericana que consideraba vital para sus intereses la construcción y manejo de un canal interoceánico. Estos sentimientos y hechos fueron acomodándose, poco a poco, en la mente de los principales dirigentes políticos de los partidos conservador y liberal, y de la opinión pública en general. En septiembre u octubre de 1903, nació una coalición independentista que le dio firme sustento a la proclamación de la independencia istmeña. Por supuesto que el movimiento fue respaldado y protegido por acorazados y marines del “Tío Sam”. Así nació la República de Panamá. Hoy Panamá enfrenta un declive peligroso del sentido de nacionalidad. Apenas se tartamudea el concepto de nación; y el de soberanía es ya desconocido. Si alguien piensa que exagero, que visite los claustros universitarios, o que escuche las palabras que trabajosamente salen de labios de hombres públicos del más alto nivel. Estamos al borde de perder la entereza y verticalidad de los hombres libres. Hay, no obstante, ante tan melancólico y desalentador panorama, casos que muestran a las claras que no todo está perdido. En este sentido el tribunal electoral, que crearon Ricardo Manuel Arias Espinosa y Ernesto de la Guardia, se convirtió, y de qué manera, en el más firme guardián de la institucionalidad panameña. ¿Exagero? No tengo por qué hacerlo. Estoy en la etapa de la vida del ocaso y del sol en las espaldas. Háganme el favor! ¿Hemos olvidado acaso a un Ricardo Martinelli tolerando, en este mismo recinto, una larga lección de decencia y republicanismo de Erasmo Pinilla? ¿Ya no alcanza la memoria para recordar al mismo señor Martinelli frente a pantallas de computadora, de este tribunal, mirar con trepidación y espanto, resultados electorales que no le favorecían? La República estuvo al borde del caos. De perder, por tiempo indefinido, todo lo que vale para nosotros. Y se salvó gracias a Pinilla y al Tribunal Electoral. Pero acecha ahora el lobo de la reacción. Se pretende manejar con ligereza el nombramiento de un nuevo magistrado del Tribunal Electoral, como si se tratara de asunto a resolver a manteles, con corazón ligero y nulo sentido de responsabilidad. Que no se juegue a estas alturas con la suerte del país. O se robustece la institucionalidad del Tribunal Electoral, o que Dios salve a Panamá.Panamá, 1 de noviembre de 2016 Carlos Alberto Mendoza.