Esta cita -en este claustro tan relevante como es la Universidad de Panamá, mi Alma Mater- es de una feliz importancia por las circunstancias que la revisten; por ser convocada en un momento de nuestro devenir político, donde es crucial que nos conduzcamos con observancia de principios… de principios éticos. Hemos escuchado magistrales conferencias por parte de 2 connotados expositores que por sus trayectorias, constituyen paradigmas de la más acreditada credibilidad nacional. Con estas intervenciones concluyen intensas jornadas nacionales de la Fundación de Ética y Civismo, inscritas en el programa de revivificación de valores fundamentales que son la razón de ser de esta Fundación, a la que me honro en pertenecer. Todos sabemos que nuestro país está estremecido por las conductas erráticas de algunos políticos y la excesiva tolerancia que ha permitido hasta ahora la sociedad civil, ante actuaciones en materia política, de gobernabilidad y de gobernanza. Es una cuestión de ética, si lo analizamos y vemos desde la óptica social; y es una cuestión de conveniencias morales, si se ve desde el ángulo del individuo. Y por ello, es necesario hacer primero una afinación de conceptos -casi en tono de docencia- siendo esta casa la máxima institución dedicada precisamente a ello. Suelen confundirse -por cuestiones de uso y ausencia de compromisos intelectuales- los conceptos y ámbitos de la Ética y la Moral. Para decirlo de manera muy sencilla, la Ética está jerarquizada -en un recinto inviolable- por las conductas correctas que hemos observado en los diferentes estadios de nuestra evolución como sociedad civilizada. Y la moral, en el extremo diametral de la esfera humana, se refiere al estudio, compendio, orientación y comprensión –a veces hasta con absurda explicación- de todas esas conductas, sean buenas o malas. Mientras los marcos de la Ética son inmutables y señalan rígidamente el cumplimiento de conductas obedientes a principios, hubo una moral para los inquisidores medievales que explica las razones de sus conductas sociales; si hubiesen actuado éticamente, no habría vergüenza social por tantos seres humanos torturados o llevados a la hoguera. La Ética deviene casi al mismo instante que la Filosofía… con Sócrates; es decir, desde que nuestra especie se planteó la convivencia en términos racionales. Pero aunque Sócrates fue quien primero se cuestionó intelectualmente la conducta humana, es Platón quien dedica varios tratados al tema ético, alturas en las que no nos inmiscuiremos hoy. En este cierre que hago debo limitarme a resaltar la importancia de que nuestra sociedad afronte inmediatamente nuestra realidad, se enfoque éticamente en ella, protagonice los próximos meses con juiciosa y beligerante presencia, haga una distinción clara entre Ética y Moral, para que no sea víctima de sofismas políticos, mientras sucumbe pensando que nuestros dirigentes reconocen y se comportan ordenados por los principios éticos y no por sus concepciones y cualidades morales. Recordemos que el Éxodo, Torquemada, el racismo sureño, el nacionalsocialismo, Hiroshima, el apartheid, el 11 de septiembre, son hitos que se dieron porque los condicionamientos morales gravitaron con inexcusable inmoralidad -o amoralidad- sobre el silencio y la pusilanimidad de las sociedades victimadas. ¿Qué habría ocurrido si los principios éticos hubieran regido las conductas de quienes protagonizaron semejantes horrores a la humanidad, siempre en nombre de una doctrina, casi siempre fundada en una moral social o religiosa? Ya sabemos que la Ética es producto de serias reflexiones racionales, y que moralmente pudieron ser explicadas las conductas por los autores de todas las atrocidades. De allí la importancia de que la sociedad actúe con beligerante racionalidad cuando una conducta irracional, antiética, pretende imponerse en el devenir nacional. Aun siendo la Ética propia del ámbito social, cuando la aplico al ámbito individual veo que nos hemos quedado sin honor, y me aflige saber que cada vez es más difícil transmitirles a nuestras descendencias, cómo éramos antes, cuando uno se reconocía entre hombres y mujeres que se enorgullecían de cosas como el honor, la dignidad, la lealtad, la equidad, la legitimidad y el trabajo honrado. Y en materia de civismo -la otra cara sustantiva de este encuentro- ¿con qué ejemplo podríamos convencer hoy a nuestros hijos de que el fin no justifica los medios? Son pocos los líderes políticos actuales que podemos nombrar como ejemplo de decoro, honradez, honorabilidad, solidaridad y enfoque social. Y la voz de los pocos elegibles es inaudible en el bullicio de la propaganda sofista de los poderosos, sus argucias morales y sus ríos de dinero para acallar con publicidad comprada, las pocas voces dignas que se atreven a enfrentarlos. Esa propaganda, al más puro estilo repetitivo mercantilista, atiborra y embrutece a la ciudadanía despistada y ajena al análisis racional y ético. La sociedad panameña debe reflexionar con profundo civismo sobre esta hora política, sus realidades, sus protagonistas, el futuro nacional y cuál es el compromiso colectivo, y cuál aquel que pesa sobre cada uno. Es necesario zanjar las diferencias refiriéndolas a los principios éticos, para que una alianza ciudadana nacional impida que las fuerzas económicas, siempre manipuladoras, siempre codiciosas, impongan sus reglas en los escenarios políticos y sociales como ha venido ocurriendo. Ya sabemos que las fuerzas citadas tienen múltiples subterfugios; para que no intimiden ni amedrenten, y terminen conduciéndonos a la chuta histórica de las barbaridades, los compromisos que se esbozan y adquieren en este tipo de encuentros, deben replicarse y reproducirse por todos los medios disponibles. Pero advierto que eso no basta: las sociedades que transfirieron sus responsabilidades y protagonismos a sus gobernantes, pensando que lo ético era consustancial a sus cargos, terminaron subyugadas cuando la inmoralidad de la codicia y la ambición -en todas sus formas- conculcó el protagonismo de la Ética. La sociedad nacional ha sido, recientemente, y varias veces, testigo estupefacto de las más groseras violaciones a nuestra Carta Magna, perpetradas precisamente por quienes debieran ser celosos guardianes de los sagrados principios que deben regir nuestra sociedad, que tiene las ínfulas de ser civilizada. Ello se da precisamente, porque la politiquería barata que los rige, se basa en el sofisma de que el fin justifica los medios. Así, sin principios ni ética ninguna, se viola la Carta Fundamental que todos juramos respetar por encima de intereses subalternos. Afortunadamente, la Patria no está sola. Y la sociedad civil supo esta vez levantarse de su amodorrada pasividad y les ha dicho alto y claro, basta ya. Ahora la pregunta es, ¿violada la Constitución y rectificado el acto solo por la presión ciudadana, quedará impune tamaña felonía? Para que no nos vuelva a suceder, nuestras conductas –y no solo nuestras palabras- deben estar en trascendente sintonía con los principios éticos de que estamos hablando. Querido don Lucho Moreno y demás compañeros de la Fundación Panameña de Ética y Civismo, damas y caballeros, demos hoy por clausurada esta ejemplar jornada de promoción, sin abandonar la trinchera en defensa de los sagrados principios de honradez, equidad, honor, justicia y libertad; recordemos que “la Patria la hacemos todos”.