La perpetuidad pactada en 1903 para hacernos República duró 97 años, pero solo 74 hasta la firma que le puso fecha de cumpleaños, por el elevado concepto de justicia de Jimmy Carter y Omar Torrijos. Imposible separar un nombre del otro; imposible reconocerle a uno el talante revolucionario, sin aceptar que fue una meta conquistada entre dos, tras valorar el derramamiento de sangre de un pueblo que supo y sabe que no es preciso cubrir con un velo el pasado, el calvario, ni la cruz. Y aún hay quienes omiten llamar los tratados por su nombre, para no mencionar a uno de los colosos. Puede forzarse el nacimiento de una república -como hay otros casos en la historia universal-, pero no puede dibujarse en un trazo de firmas el perfil de una nación. Aun habrá que ser suficientemente panameños y patriotas, para decirnos las verdades que exigen nuestra soberanía y cultura democrática. Con la ampliación del Canal se expanden las vías para esas tareas, pero las generaciones que protagonizamos la conquista del territorio y la abolición de la presencia norteamericana en el Istmo, tenemos la responsabilidad de fundamentar la comprensión de nuestras luchas soberanas, porque en las jornadas venideras de este Canal ampliado, queda como urgente tarea uno de los desenlaces más significativos de nuestra historia: enrumbar y consolidar la equidad social y la soberanía popular. Es un hito trascendente e inédito para nuestra soberanía y su democracia no olvidar el hecho contundente de que la sangre que no se derramó para ser república, se derramó a lo largo de los siglos XIX y XX, enfrentando un poder enajenante que fue cediendo desde 1856, 1925, 1947, 1964 y 1977, hasta quedar desarticulada la presencia colonialista, que es la peor forma que denigra la soberanía y la posibilidad de alcanzar la democracia. Ya izamos la bandera en el cerro Ancón (ahora coronado de hierros viejos por la codicia de las comunicaciones); queda por izar la bandera del desarrollo social… y panameñizarnos. Se infiere de testimonios del expresidente Carter, que no hay democracia sin soberanía, porque esta es un poder originario que no proviene de otro poder; y en aquel pacto redactado en la suite 1162 del Waldorf Astoria de Nueva York -oficina de Philippe Bunau Varilla-, los Estados Unidos se comprometían a defender y asegurar nuestra soberanía. Así lo estipulaban los artículos primero y séptimo del Tratado Hay-Bunau Varilla, que en su texto decía que “los Estados Unidos garantizan y mantendrán la independencia de la República de Panamá”. ¿Cómo se puede desarrollar una cultura democrática con un vecino que intervino más de una docena de veces en la vida de nuestra democracia electoral? El eufemismo era llamarlas intervenciones diplomáticas, o intervenciones solicitadas… y, claro, más que derecho, eran intereses desgajados del significado de ser dueños del Canal; ese, que ahora es nuestro. Aquellos pactos los hicieron un francés y colombianos nacidos o no en el Istmo, en la fragosidad de una búsqueda de autodeterminación para un departamento olvidado; pero los panameños que empezaron a sufrir la presencia norteamericana y no a disfrutarla, siempre quisimos que la Patria volara con alas propias, y por eso su vuelo sigue siendo nuestro vuelo. De nuestros mártires heredamos la convicción de que debíamos ser nosotros quienes hiciéramos la ampliación, o aquella perpetuidad volvería a ser una tentación para la adicción de los imperios, de apoderarse de todos los recursos del planeta. Esta ampliación que celebramos como una conquista soberana más que un beneficio para el comercio internacional, sufrirá la vergüenza histórica de no haber reconocido, en el nombre de las nuevas esclusas, a sus protagonistas; no solo por no haberlas llamado Torrijos y Carter, sino por siquiera haber contemplado la posibilidad de llamarlas “2 de Mayo” y “9 de Enero”, para que las generaciones que nos sucederán se pregunten a perpetuidad, el porqué de esos nombres. Vislumbro en un plazo sensato, que Agua Clara y Cocolí serán rebautizados. Recordamos que con posterioridad al 9 de Enero, nuestra oligarquía llamó ladrones y rateros a los que terminaron resultando los mártires gloriosos de nuestra Patria. O que al inicio de la República, la historia oficial calificó a Victoriano Lorenzo cuatrero y ladrón de gallinas. Se repite esta historia con la invisibilidad de Omar Torrijos en la inauguración de la ampliación. El mundo ha evolucionado en vías de trascender a una humanidad verdaderamente planetaria, con aleccionadores enfoques de nuevas formas de interculturalidad y convivencia pacífica. Las viejas formas de poder, como las armas, no son la únicas cadenas hoy día; las cadenas principales ahora son la ambición, la corrupción, la manipulación político-partidista, los mitos históricos y la peor de las satrapías: la horrenda codicia por el dinero. Trabajemos a largo plazo, como patriotas, enfrentando la mezquindad neoliberal que solo piensa en los resultados inmediatos. Hagamos como Torrijos y Carter, que hicieron prevalecer el futuro y la unidad; porque visionaron la identidad global y humana haciéndolas imponerse sobre las realidades de las disputas cotidianas; aceptemos la propuesta valiosa que profetizaron los mártires, al inmolarse en su tiempo y su realidad, porque intuyeron que un hecho aporta innegable fuerza a una idea; y ahora que tenemos un Canal viejo conquistado, y una ampliación tan nuestra como la cintura que nos abrieron hace 102 años, avancemos sobre aquella concepción aristotélica que afirma que ver las cosas en su conjunto y complejidad histórica, permite edificar sobre la comprensión de aquellas circunstancias y no sobre juicios a posteriori. La humanidad sabe que no hemos nacido para nosotros, sino para nuestras patrias, como dijo Platón; pero también sabe que si prevalecen las diferencias y pretensiones colonialistas, no habrá patria para nadie. El Canal ya es más panameño que nunca, porque fuimos nosotros y no un extraño el que decidió ampliarlo. Aprobamos su ampliación en consulta popular, aun en ese estado de negación que sumió a muchos panameños en el rechazo; fueron manos panameñas las que lo construyeron, y más importante, hubo una proponente presencia de nuestras mujeres en esa construcción. Somos nosotros los que lo pagaremos y administraremos sin complejos, con nuestra satisfacción y el reconocimiento de Carter por la capacidad demostrada, para así corroborar que no estaba equivocado como muchos norteamericanos y panameños le quisieron hacer ver. La inauguración del próximo domingo 26 de junio consolidará la Nación que nos merecemos, si vigilamos que el enemigo histórico del progreso social, la ambición del capital, no trastoque traicioneramente el patriotismo que plantó en el suelo fértil del Istmo la panameñidad en todas sus formas y expresiones, desde aquel 15 de abril de 1856, cuando un pariteño, como yo, le dijo a un gringo que pretendía comerse gratis un pedazo de sandía: “De que me lo pagas, me lo pagas”. Abonen los pueblos del mundo el suelo fecundo del Istmo con su solidaridad de siempre, que los panameños sabremos abonar el talante comprometido con nuestra ruta extraordinaria y única, para que el viejo juego de esclusas y este nuevo de la ampliación, sean los senderos que, al unir estos mares asombrosos que tenemos, alienten la hermandad y la paz planetaria. Erasmo Pinilla C. Magistrado presidente del Tribunal Electoral 24 de junio de 2016